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In memorian

La gente que no ha trabajado nunca en una sala de coordinación de emergencias no puede comprender como funciona a nivel personal. Una sala de coordinación de emergencias es un organismo vivo, que tiene su propio pulso. Las personas que están dentro de la sala son parte de su sistema neurológico, esto es, funcionan como las conexiones sinápticas de las neuronas, con sus precursores y sus aminoácidos, cada una trabajando para conseguir un único objetivo. El objetivo último de esa red neuronal es salvar la vida de la gente que está, a veces, a miles de kilómetros de distancia; siempre al otro lado de un teléfono, de una radio.


Esa distancia física con las personas necesitadas de asistencia, facilita imponer a cada emergencia una distancia emocional. No es fácil, para nada, pero no ver a tu interlocutor cuando te está contando que su compañero está tendido en el suelo, envuelto en sangre, sin una pierna, ayuda a que todos tus esfuerzos estén focalizados en la gestión eficaz de la situación. El organismo que son los operadores de sala, perfectamente sincronizado, efectúa los protocolos establecidos, gestiona la demanda de auxilio y registra toda la operativa. El personal está entrenado para eso. La emoción colectiva se mantiene controlada, tanto para lo bueno como para lo malo. No celebrar las grandes victorias frente a los temporales, el fuego o la mar, ayuda en el equilibrio de someter el dolor que se siente las veces que se pierde frente a los mismo elementos. A mas ríes, más lloras. Filosofía Bibiana.


Pero el personal-neurona de una sala de coordinación también es persona, con sus propias emociones intrínsecas. La rutina, la experiencia y creo que la razón, te facilitan dejar tu vida aparcada en la puerta de acceso cuando fichas. Pasar tu turno de guardia centrado en el servicio y recuperar tus problemas cotidianos cuando termina. Me imagino que esta parte debe de ser similar a trabajar en un quirófano. Entre la hora de entrada y la hora de salida hay que apartar la adolescencia de los hijos, la gotera de la vecina, el presupuesto de las próximas vacaciones, las vacunas del gato... Es algo que se hace de forma inconsciente. Que el cerebro de la emergencia sea un grupo reducido de personas que llevan tiempo trabajando juntas ayuda también en esto de aparcar la vida para vivir el servicio. Pero todo organismo vivo tiene al menos un punto débil, un vector con capacidad para hundir el barco. Y es que, si ninguna cadena es más fuerte que su eslabón más débil, ningún equipo de trabajo es inmune a la devastación emocional de un miembro del equipo.

Cuando una de esas neuronas-personas de la sala de coordinación pasa por un hecho dramático, el equilibrio de emociones se descontrola y controlarlo y recuperarlo para poder prestar el mismo servicio que todos los días, se convierte en una tarea titánica.


Hoy, mi sala de coordinación no tiene música, la luz es fría, el aire pesado. Las personas que nos contactan o a las que contactamos, las personas que requieren asistencia, reciben la misma respuesta protocolaria, con la misma agilidad y tenacidad, pero el esfuerzo personal de todos los que convivimos en este cerebro es descomunal. Ese esfuerzo está encaminado a que, el servicio se mantenga, pero también a que nuestro propio equilibrio se mantenga. Lidiar con la pena y seguir. No, no estamos acostumbrados. Ojalá que no nos acostumbremos nunca a sentir este tipo de dolor que te agujerea el pecho y de deja inerte, vacía.


Hoy todos estamos contigo, con tu chica, con tu familia y con ese bebé que ya no está pero que os ha hecho padres. No hay mayor dolor que ser padre huérfano de hijo. No tengo palabras. Tómate tu tiempo, aquí, tardará en volver la música.


Hay gente que llora, hay gente que grita, gente que bebe, gente que folla y gente que, para exorcizar a sus demonios, para matar la pena, para sacarse el puñal, escribe.

 
 
 

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