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En las calles de Madrid

Maria Antonieta en 1767
Maria Antonieta en 1767

Pues, voy a escribir algo de lo que me ha provocado la lectura de la biografía de Maria Antonieta por Stefan Zweig y ya adelanto que no es una crítica literaria.


No me ha resultado gratificante o divertido leer la biografía de María Antonieta, ni siquiera estando escrita por Zweig. Antes de que el libro fuera elegido como lectura del Club, ya sentía cierta aversión por la figura de esta mujer y por lo que representa: lo superficial, lo efímero, lo rebuscado, lo vacío… justo lo contrario de lo que a mí me gusta y me llena.

Tras leer el libro, pienso lo mismo, solo que ahora puedo sostener mi opinión en hechos documentados (la biografía se apoya en fuentes manuscritas, correspondencia, etc.).

María Antonieta encarna todo aquello que me desagrada, y ni siquiera me resulta creíble —pese al esfuerzo de Zweig— su papel de madre abnegada. Repudio radicalmente la salvaje acusación que tuvo que soportar como madre en su “juicio” antes de ser decapitada. Nadie merece algo así bajo ningún concepto. Pero tampoco creo que su maternidad fuese para ella una prioridad más allá de lo que implicaba ser la madre del Delfín de Francia: asegurar la continuidad de un modo de vida que, hasta el final, siguió siendo extravagante y ajeno a la realidad. Quizá, si hubiera sabido que iba a morir a los 37, habría vivido de otro modo. Le faltó que una gitana le leyera la mano. Ya me entenderéis.


El domingo salí a deambular por el centro, una de mis pasiones confesables. Siempre se descubre algo nuevo cuando se camina sin rumbo por el viejo Madrid. En mi recorrido pasé por la calle de los Libreros y me llamó la atención la fachada del número 12. Hoy, buscando información sobre esa fachada, he acabado en un blog (“Calles de Madrid”, de Paco López-Hernández) que desgrana la historia de la ciudad a través de cada una de sus calles. Hojeándolo, llegué a la entrada dedicada a la Plaza del Ángel, donde vivió mi bisabuela María. Ya sé que parece que me desvío, pero ahí va la conexión: en la esquina entre la Plaza del Ángel y la Plaza de Santa Ana, donde hoy está el hotel Me, vivió, durante temporadas de su juventud, quien sería la última emperatriz de Francia: Eugenia de Montijo.


Y no creo que exista comparación más clara —ni más equilibrada— para entender todo lo que falló en María Antonieta que observar la vida de Eugenia, la granadina que conquistó a los franceses.

Eugenia de Montijo
Eugenia de Montijo

Ambas mujeres, de belleza incontestable y carácter embriagador (eso dicen las crónicas), fueron reina y emperatriz. Y desde ese punto en común, la comparación se despliega paralela desde sus nacimientos hasta sus muertes, con una suerte muy desigual. Las dos eran extranjeras en Francia: una austríaca, la otra española. Ambas pertenecían a familias de elevada posición —María Antonieta, real; Eugenia, de la aristocracia más acaudalada—. Ambas se casaron con hombres llamados a gobernar Francia: María Antonieta con el entonces heredero Luis XVI; Eugenia con Napoleón III, ya emperador. Las dos fueron iconos de moda, inspiraron pasiones y se relacionaron con las artes. Coincidencias hay muchas; diferencias, aún más. Y tras haber leido a Zweig, sosteniendo mi desafección por Maria Antonieta y paseando por Madrid, me apetece desarrollar este paralelismo.


Infancia. Zweig insiste en el esfuerzo de María Teresa por educar a su hija número quince, pero lo cierto es que la formación de María Antonieta fue tardía y deficiente. No era particularmente inclinada al estudio: se aburría con facilidad, prefería los juegos y la compañía de su entorno íntimo. Hoy quizá le habrían diagnosticado algún trastorno de atención, quién sabe. Eugenia, que por circunstancias nació debajo de un laurel, fue enviada con nueve años a un internado en Francia y más tarde a otro en Inglaterra. Viajó con su madre, que también buscaba un buen matrimonio para sus vástagas, y su hermana por Francia, Reino Unido, Italia y Alemania y se relacionó con intelectuales y artistas. Una de las anécdotas más célebres de su vida es la que cuenta que fue ella quien relató a Mérimée la historia que inspiraría la novela Carmen, convertida después en la ópera más célebre de Bizet.


Matrimonio. María Antonieta fue casada a los 14 años por decisión de su madre, dentro de una estricta alianza política. No había en ella experiencia vital ni interés romántico. Eugenia, sin embargo, llegó al matrimonio tras una juventud cosmopolita y culta. Dicen que, rechazada por sus sucesivos intereses románticos - uno se casó con su hermana y el otro tampoco la aceptó - trató de envenenarse ingiriendo una caja de cerillas (causalidades). Ya en Francia, Napoleón III la cortejó hasta el cansancio. Él tenia 45 años, ella 26. Es famosa su réplica cuando él quiso saber cómo podía llegar hasta su ventana: “Por la capilla, señor. Por la capilla”. La una es casada por interés; la otra se casa por decisión propia (parece que hubo amor entre la granadina y Napoleón, pero yo ya me desentiendo de valoraciones en ese aspecto)


Maternidad. María Antonieta tardó siete años en concebir, por los problemas físicos de su marido que estaba afectado de fimosis. Tras conseguir consumar su matrimonio, siete años después de haberse casado, tuvo cuatro hijos, perdió a dos en la infancia y sufrió la separación de los otros dos durante su encarcelamiento. El odio contra ella llegó al extremo de la acusación de incesto, algo repugnante. La maternidad de la reina de Francia se utilizó como arma contra ella misma. Eso que a ella le costó tanto, que la hizo crecer de una manera tan poco natural, que fue su único objetivo durante décadas, fue arrojado en su contra por una acusación infame escrita de la mano de su propio hijo (un consentido de 9 años instigado por los enemigos de la monarquía). Eugenia, por su parte, tuvo un único hijo tras varios abortos. Ayudó, al parecer, el consejo que le dio la Reina Victoria de colocar durante y tras el coito, cojines bajo sus caderas. A ese único hijo, nacido Príncipe imperial lo perdería años después en la guerra zulú, luchando por un imperio ajeno. Eugenia vistió luto desde entonces.


Relación con el pueblo. María Antonieta apenas tuvo contacto con Francia más allá de Versalles y de algunas escapadas a París para bailes y ópera. No sabía la naturaleza de las gentes a las que gobernaba. No era consciente de sus realidades hasta que llegó la fallida fuga de Varennes, donde por primera vez se vio frente a un pueblo que detestaba el modo de vida de "la austriaca"; el lujo a costa de la miseria de familias de buenos franceses. Eugenia, en cambio, aprendió la lección de la historia: en su boda salió al atrio de Notre Dame, se inclinó ante el pueblo y realizó una reverencia. Para el pueblo era "la española" pero ella ya había ganado.


Artes y acción pública. Ambas se interesaron por el arte, aunque de formas muy distintas. María Antonieta lo hacía desde el capricho aristocrático: teatrillos, peinados desmesurados, cientos de vestidos al año. Eugenia, mucho más formada, impulsó el estilo Napoleón III, apoyó a Pasteur en su investigación contra la rabia, fundó asilos, financió obras sociales y contribuyó a la visibilización del talento femenino. Su influencia fue cultural, estética y también social. A pesar de que Maria Antonieta vistiera mas de 300 vestidos al año, fue Eugenia la que impulsó la industrialización de la moda. Cierto es que hay un siglo de adelantos industriales, científicos, sociales y culturales entre ambas, pero sin intención no hay consecución.


El final. En la muerte se revela la medida de la vida y la muerte de estas dos mujeres se ajustó a la vida que cada una llevó. Ambas vieron caer sus mundos: la monarquía absoluta y el II Imperio francés. Ambas conocieron el exilio. Pero incluso ahí la distancia es abismal. María Antonieta no comprendió verdaderamente la situación del país hasta la toma de la Bastilla. Intentó huir varias veces —la más célebre, la de Varennes, en una carroza tan ostentosa como imprudente, viajando con la institutriz de los niños y su propio peluquero—. Terminó guillotinada a los 37 años, tras un juicio destinado a humillarla. Eugenia, en cambio, logró escapar tras la derrota de Sedán en 1870 cruzando el canal de la manche en un velero con su hijo y se exilió en Inglaterra a la espera de su marido. Este moriría pocos años después dejándola viuda. Luego llegaría la pérdida, inconsolable, del hijo. Vivió hasta pasados los 90, y murió en el palacio de Liria, aquí en otra calle de Madrid.


Y vuelvo a la gitana. Dicen que cuando Eugenia tenía 12 años, una gitana del Albaicín le predijo que sería reina. No sé si esa idea la acompañó toda la vida, pero sí creo que, si María Antonieta hubiera vivido algo así, quizá habría sido más constante, más aplicada, o al menos más consciente de su destino. Tal vez habría logrado culminar la fuga de Varennes y pasar el resto de sus días en una granja de Austria o, quién sabe, en una cueva del Sacromonte.

 
 
 

1 comentario


dromerog
18 nov

Excelente comparativa entre amos personajes históricos. El recientemente creado Círculo de mujeres de la Cámara de Comercio Franco-Española (cuyo Círculo de CFO presido) ha bautizado ese grupo como Círculo Eugenio de Montijo, en honor a una persona excepcional.

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